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Por Redacción , 7 de junio de 2024 | 07:00

Columna: Prepaparse para lo imprevisto... gestión de la inocuidad en tiempos de incertidumbre y desconfianza

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En un nuevo Día Mundial de la Inocuidad Alimentaria, Michel Leporati, señala los desafíos en cuanto mejorar la confianza ciudadana y de las instituciones en cuanto a las políticas públicas.

Por Dr. Michel Leporati Neron, Director CERES BCA, Ex Secretario Ejecutivo de ACHIPIA

Dr. Michel Leporati Neron

Al conmemorarse un nuevo Día Mundial de la Inocuidad alimentaria y tomando como base la frase con la que se busca dar foco a la versión 2024, bien vale la pena detenerse un momento para reflexionar sobre las complejidades que se deben enfrentar a la luz de los crecientes niveles de desconfianza e incertidumbre de la ciudadanía para hacer una adecuada gestión de los peligros y riesgos de inocuidad en los sistemas alimentarios.

En la sociedad de la hiperinformación vivimos en un mundo de paradojas. Nunca  antes en la historia de la humanidad ha existido tanto acceso a la información y el conocimiento en forma tan masiva e inmediata y sin embargo nunca antes hemos vivido con tanta incertidumbre y desconfianza respecto de la información y el conocimiento al que accedemos. 

Así, el acceso en forma instantánea a todo tipo de información y sin mayores limitaciones que el contar con un teléfono móvil, vuelve extremadamente fácil enterarse y construir opinión sobre diversos temas, pero sin mayores posibilidades de verificación. 

Es indudable la revolución que las tecnologías de las comunicaciones han provocado,  junto con todos los beneficios que se le puedan atribuir, sin embargo, han sido también un factor determinante en la instalación de la incertidumbre en la sociedad, en la que la precepción de riesgos en todo ámbito de cosas, alcanza umbrales cada vez más elevados y difíciles de gestionar. 

Junto a ello, fenómenos tales como la pandemia del COVID-19, la creciente inestabilidad geopolítica en distintos puntos del planeta y el debilitamiento de las instituciones de referencia, han contribuido a esta creciente desconfianza y descrédito. 

Probablemente una de las instituciones más damnificadas con esta creciente duda global sobre todo y todos, ha sido la ciencia. Hemos transitado desde la certeza cartesiana en los dictámenes de la ciencia en el siglo recién pasado a una sospecha infinita en nuestros días. De nuevo paradojalmente, se duda mucho de la ciencia formal, abierta al escrutinio de pares y cuyos resultados son replicables y verificables, con sospechas de oscuros conflictos de intereses y conspiraciones soterradas, mientras se le da un crédito extraordinario a versiones no verificables, anónimas y muchas veces estrambóticas que circulan a granel por la web. 

Así la percepción de riesgos de las personas respecto de la realidad en diversos ámbitos de la vida, parece cada vez alejarse más de la objetividad científica, verificable, objetivable, lo que sin duda representa una dificultad muy compleja de abordar por los responsables de la gestión. En este contexto conseguir que la percepción de riesgo de la ciudadanía, evocando un sentido común al parecer cada vez más escaso, sea convergente con el riesgo real o científicamente determinado es una tarea crecientemente compleja. 

Este fenómeno, a esta altura estructural, de la forma en que la personas construyen sus imágenes de (in)certidumbre y (des)confianza en las instituciones oficiales, formales, tradicionales, tiene amplias repercusiones en la administración del Estado por los gobiernos de turno. 

Por una parte, desde un lado positivo, ello ha obligado a remover el oscuro velo de opacidades con las que muchas veces estos procesos se llevaron adelante hasta no hace mucho, obligando a una gestión no solo de cara a la ciudadanía sino con una participación activa de ésta en ello.

Y por otro, desde un lado profundamente negativo, este nuevo escenario de sospecha y desconfianza permea las  políticas públicas introduciendo en la toma de decisiones de gestión, cada vez mayores mecanismos de resguardo institucional y personal frente a sus decisiones, lo que se traduce que ante presiones de distintos grupos de interés frente a decisiones complejas de gestión de riesgo, sea cada vez más frecuente la inmovilidad, invocar el principio precautorio basado en la incertidumbre provocada por el ruido ambiental y no por lo que la ciencia pueda o no establecer lo que en corto significa no innovar y como se dice en jerga futbolística  “tirar la pelota al córner” o bien sobre reaccionar en las medidas de mitigación que se adopten frente a un determinado riesgo. 

Pero más allá de la queja o la denuncia, creo importante hacer una reflexión profunda  sobre lo que significa gestionar peligros y riesgos sanitarios y de inocuidad en un contexto de incertidumbre y desconfianza. En este contexto creo que resulta fundamental fortalecer el principio  de la evidencia científica disponible para las prácticas regulatorias, entendiendo que no todo lo que la ciencia dice debe necesariamente traducirse en una regulación, sino que debe ser un insumo relevante a  la hora de tomar decisiones que permitan construir una institucionalidad seria y creíble.

El rol de la academia y las instituciones públicas en la formación, entrenamiento y desarrollo de capacidades para comprender y aplicar el enfoque de análisis de riesgos entre los profesionales y técnicos del sector es clave, así como introducir en la reflexión sobre peligros y riesgos los efectos de fenómenos actuales que están afectando objetivamente  el comportamiento del sistema,  me refiero a la crisis ambiental y el cambio climático. 

También se hace necesario fortalecer las capacidades de comunicación de riesgo con foco en disminuir la incertidumbre revalorizando el rol de la ciencia en la ciudadanía y entregando herramientas para ponderar adecuadamente la información y construir percepciones más cercanas a la verdad científica que a las verdades paralelas que circulan en la red. 

Mejorar los mecanismos de asesoramiento científico y participación de la ciencia en la generación de información para la toma de decisiones en políticas públicas, pasando de lo discursivo a lo efectivo. 

Generar mecanismos de fortalecimiento institucional que den certeza y respaldo a los funcionarios responsables de tomar e implementar decisiones, frente a la presión ambiental y al riesgo de ser linchado en las redes y pagar costos mediáticos por una función técnica. 

Aumentar la trasparencia y el escrutinio público de la función que realizan las instituciones como mecanismos de recuperación de confianzas y mitigación de incertidumbres. Introducir el enfoque de la transdisciplinariedad en la gestión de riesgos, haciendo efectivo y no solo una declaración conceptos como el de una salud, el abordaje sistémico de los riesgos y la integración de los servicios con competencias regulatorias, a través de repotenciar una Agencia como la ACHIPIA dándole un marco jurídico y administrativo robusto a la altura de un  servicio público propiamente tal, como en algún momento se propuso a través de un Anteproyecto de ley, que duerme en la SEGPRES desde 2015.

De esta forma “prepararse para lo imprevisto” hará más sentido si consideramos a la incertidumbre como un elemento inherente a los tiempos y las dinámicas actuales.

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